La exposición “Las
Pinturas del Río” recoge una antología de los trabajos petrográficos realizados
por Luis R. Díaz (Quilos, 1966) en los últimos años. La aparente sencillez y
simplicidad de sus trabajos se torna compleja, elaborada y singular a medida que
nos dejamos llevar por su propuesta estética y emocional.
Luis pinta la
naturaleza, en la naturaleza: embebido en el salvaje Río y en el silencio
personal. Utiliza como soporte la piedra rodada, pretallada: un lienzo llegado
desde la eternidad de la montaña, entregado generosamente por el Río pretérito.
Luis busca el color entre las piedras, su paleta de colores reposa en el Río.
Toda su obra nace de una meditación con el flujo del agua.
Sus seres nacen de la
piedra, aparecen predibujados en sus relieves. Su tarea como pintor ha sido
renacerlos, revelarlos para mostrarlos con claridad a la mirada. Son seres del
lugar: míticos, reales, posibles. Sus seres integran un ecosistema nuevo, simbólicamente
mágico, superando el vacío biológico, transformándose en vida verdadera.
Encontramos
referencias de su obra en las pinturas rupestres prehistóricas. Sus trabajos
son pequeñas semillas pétreas que podrían haber sido gestadas entre las
pinturas de las paredes de Peña Piñera o en el cañón del Bustillo de la Comarca
de El Bierzo - León. Al igual que sus referencias prehistóricas, sus
petrografías se caracterizan por sus líneas elegantes, colorido sutil,
perspectiva precisa y una sensación física de volumen, delicada y sinuosa.
Pero a diferencia de
las pinturas parietales prehistóricas sus piedras son portables, tienen una
oportunidad entre los hombres: en un muro o una pared aportando vida y belleza,
en el interior de nuestros hogares....Las piedras se reconcilian con el hombre
actual aportando la belleza y energía del animal que representan y del Río del
que surgieron.
El rito mágico de
pintar en Luis se asocia al rito mágico de conservar, de convivir. Aparece en
esencia el sentimiento más profundamente extinto del hombre moderno, la
compasión hacia la vida pintada. Porque su arte ha recobrado lo esencial, la
fijación del alma sobre un soporte material, sus piedras son trozos mágicos que
nos reconcilian con la naturaleza salvaje, con los ritmos primeros. Son una
metáfora de la perdida libertad.
> Alfonso Fernández-Manso, 2013